Avicena trató al príncipe y comprendió que, en buena medida,
su dolencia no era otra cosa que la presión que sufría por parte de su
dominante madre. Sayyeda y su hijo se odiaban cordialmente. Una vez que el
galeno reforzó el carácter del joven, la
reina le ofreció la dirección del hospital de Raiy, que nada tenía que envidiar
a los de Bagdad, la capital del Imperio abasí.
En su interior se almacenaban
los medicamentos, clasificados por orden utilitario, como el purgante ruibarbo;
la nuez vómica, usada como estimulante; el bambú para curar la disentería; y el
ámbar, que se prescribía para los tics faciales. Avicena se vio envuelto en el
golpe de Estado que encabezó el príncipe con ayuda de los turcos contra su
madre. Esta logró huir a las montañas y pidió ayuda a los kurdos, que sitiaron
la ciudad. Pasó el invierno, llegó la primavera y la situación no cambió, por
lo que Majd al-Dawla decidió salir de la ciudad a presentar batalla. Los kurdos
tomaron la iniciativa, y cuando parecía
que el combate les era favorable aparecieron diez elefantes turcos protegidos de corazas y armados
con espolones. Se desplazaban con gran rapidez y lo barrían todo a su paso,
pisoteando cadáveres y provocando el pánico entre las tropas kurdas, que
finalmente huyeron en desbandada. Majd al-Dawla venció y Avicena, que había
contemplado el horror de la batalla desde el carro donde había instalado su
dispensario ambulante, decidió que lo mejor era cambiar de aires. En su nuevo
peregrinaje por Persia, redactó el tercer libro del Canon de la medicina,
escribió unas tablas astronómicas, un compendio de hechizos y talismanes y un
tratado de alquimia. Por aquel entonces, un enviado de Shams al-Dawla, príncipe
de Hamadán, le entregó una carta en la que este le pedía ayuda para tratarle
una enfermedad. Avicena fue a verle y diagnosticó a hams una úlcera de estómago que no habían
detectado los médicos de la corte. Una vez recuperado, el príncipe nombró gran
visir de Hamadán a Avicena, quien emprendió la redacción de otra de sus grandes
obras, El libro de la curación. “Nuestra intención es reunir el fruto de las
ciencias de los antiguos que hemos podido verificar, ciencias basadas en
una educción firme o en una inducción
aceptada por los pensadores que desde hace tiempo buscan la verdad”, subrayó
Avicena. La obra es una compilación que engloba todos los saberes racionales.
Con ella, el autor se adelantó seis
siglos a las primeras enciclopedias modernas.
Aquella etapa creadora se interrumpió bruscamente con la
repentina muerte de Shams al-Dawla. Su hijo Sama subió al trono, se negó a
reconocer al galeno en sus funciones de gran visir y ordenó que le encarcelaran
en la fortalezade Tabarek. La causa del encierro fue una inocente carta que
Avicena había enviado a Ala al-Dawla, señor de la poderosa ciudad de Isfahán y
enemigo del príncipe de Hamadán. La tensión creció hasta que finalmente ambos
ejércitos se enzarzaron en una cruenta batalla, de la que salió victorioso Ala
al-Dawla. Avicena abandonó la prisión y se trasladó a Isfahán, donde pasó la
última etapa de su agitada vida. Su continuo peregrinar no le impidió seguir
escribiendo, y en Isfahán concluyó El libro de la curación, culminación de su
enorme legado intelectual. Cuando presintió su muerte, ordenó a su fiel
discípulo que cuidara su obra y repartiera sus bienes entre los pobres.
El príncipe de los médicos falleció el 18 de junio de 1037
cerca de Hamadán, donde fue enterrado. En la década de los 50 del siglo pasado,
se construyó un mausoleo en la ciudad para cubrir el antiguo sepulcro que
contiene los restos de Al-Shaij al-Rais, ‘el primero de los sabios’.
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