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Nota: Es mi lema frente a la vida, es respetar a los demás, tal y como me gusta que me respeten a mí. Amo a los animales por encima de muchos humanos. Casi siempre me dejo guiar por el corazón, aunque me lleve muchos disgustos. Soy amiga de mis amigos y los defiendo con la mejor arma que tengo, con sinceridad y la verdad. Aun no siendo rencorosa y perdonar con facilidad, aparto sin temblarme el pulso, a las personas toxicas y no perdona la traición a mi amistad. Si no te gusta mi manera de pensar, si no eres defensora/ or, de los animales; no me interesas ni como humano, ni como amigo. Te agradecería que me borraras de tus amigos y salieras de esta página.

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viernes, 4 de abril de 2014

La fortuna de Richelieu

¿Quién dejó parte de su fortuna a sus gatos?


Se trata de Richelieu, cardenal, noble y hombre de Estado que manejó los hilos del poder en la Francia del siglo XVII. Su nombre de cuna era Armand Jean du Plessis (1585-1642), y fue cardenal y duque de Richelieu, duque de Fonsac y superministro de Luis XIII.

Sin duda era el hombre más poderoso de París de su tiempo, pero tenía una debilidad: los gatos. Este aristócrata descendiente de la nobleza de Poitou, gran mecenas del arte y fundador de la Academia Francesa, apodado L'Éminence rouge por su eterna vestimenta púrpura propia del cardenalato, compartía su casa con 14 felinos, casi todos de raza de angora.

Entre ellos destacaban Lucifer, de pelo negro y carácter salvaje; Gazette, que tenía la costumbre de orinar sobre los invitados que no le gustaban; Ludovico el Cruel, tremendo cazador de ratones, y su pareja, la gata polaca Ludoviska; Serpolet, aficionado a tomar el sol; Príamo y Tisba, que dormían enlazados como los legendarios amantes; y Soumise, que era la gata favorita de Richelieu.

Su Eminencia reservó para ellos una habitación especial en la corte y les daba de comer a base de patés de pollo. Siempre estaba rodeado de sus mininos, a los que encomendó la misión de proteger los libros de la biblioteca real de los omnipresentes ratones.

A lo largo de su vida, el cardenal amasó una cuantiosa fortuna de 20 millones de libras, de los cuales a su muerte legó un millón al rey, pero también se acordó en su testamento de sus queridos felinos: les dejó en herencia una casa, comida asegurada mediante una cuantiosa asignación económica y dos cuidadores encargados de que no les faltase de nada.
FUENTE: Muy interesante

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